La mirada angustiada de un niño demacrado por los efectos de una bomba por una causa justa, la soledad notoria y triste de la muchedumbre que cotidianamente te acompaña hasta la puerta de tu despacho, el incesante flamear de los tubos de escape y la imperiosa necesidad de llenar tus pulmones de color rosado, todo ello es acompañado por ese sueño cotidiano, triste y gris, superado tan solo por ese ensueño alegre y azul que como tantas noches acude a tu mente para contrarrestar la angustia del pasado y triste día.
El deseo cumplido de caminar entre la bruma grisácea cualquier noche por cualquier puerto mientras eres bañado por una sana y reconfortante lluvia, no te permite olvidar los efectos de la inmadurez humana, aumenta tan solo el inexplicable deseo de hacer resurgir a la realidad, la configuración del ensueño.
Tus ojos se confunden con la bucólica y agresiva mirada del alcohólico que tumbado a la luz tenue de un farol, espera ser llevado por los guardianes de la paz.
La inmensa injusticia social, causa de aquellos, que, en solitario escriben, refugiandose en los sentimientos de su generación, reclaman la utopia de que un político comprenda la absurda complejidad social, en ese abismo donde se pierden las estridentes y complicadas esperanzas de una generación no hay lugar para la vejez, los frutos recogidos en la niñez seguiran perennes e indestructibles, la pasión y el amor por lo utópico, por lo absurdo, permanecera para escarnio de los que de espaldas, continuarán su camino de paz.
La calle esta medio iluminada, los arboles del pequeño parque, donde al atardecer abundan las riñas entre jóvenes, bailan sus ramas movidas por el viento y la música de sus hojas al estrellarse nos recuerdan la voz de aquel niño de Hirosima o de Irak o de cualquier otro lugar.
El deseo cumplido de caminar entre la bruma grisácea cualquier noche por cualquier puerto mientras eres bañado por una sana y reconfortante lluvia, no te permite olvidar los efectos de la inmadurez humana, aumenta tan solo el inexplicable deseo de hacer resurgir a la realidad, la configuración del ensueño.
Tus ojos se confunden con la bucólica y agresiva mirada del alcohólico que tumbado a la luz tenue de un farol, espera ser llevado por los guardianes de la paz.
La inmensa injusticia social, causa de aquellos, que, en solitario escriben, refugiandose en los sentimientos de su generación, reclaman la utopia de que un político comprenda la absurda complejidad social, en ese abismo donde se pierden las estridentes y complicadas esperanzas de una generación no hay lugar para la vejez, los frutos recogidos en la niñez seguiran perennes e indestructibles, la pasión y el amor por lo utópico, por lo absurdo, permanecera para escarnio de los que de espaldas, continuarán su camino de paz.
La calle esta medio iluminada, los arboles del pequeño parque, donde al atardecer abundan las riñas entre jóvenes, bailan sus ramas movidas por el viento y la música de sus hojas al estrellarse nos recuerdan la voz de aquel niño de Hirosima o de Irak o de cualquier otro lugar.
Su mirada triste, su cara demacrada, no la veremos, es tan solo su voz y nos dice, que no le busquemos, que esta muerto, y el canto persistira, hasta que el ocaso muera bañado por los hirientes rayos de sol en un nuevo amanecer.
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